Vender productos a China, un mercado con una población que es más de 30 veces la de la Argentina, es el objetivo de muchas empresas a nivel local y global. Un gigante con alta demanda, con una clase media de más de 400 millones de habitantes, que es el primero en reactivarse después de la crisis del Covid-19 (aunque hay que ver qué sucede con el nuevo brote), suena tentador. Sin embargo, para esto, la paciencia es la madre de todas las virtudes.
Como si fuera un horizonte que se acerca, pero que después se aleja, hacer negocios a la manera oriental requiere de resistencia y nervios de acero, pero además de una inversión importante solo para demostrar que las propuestas van en serio. “Es muy difícil abrirse camino en China, es el mercado del aguante”, advierte Emma Fontanet, gerente del departamento de Promoción de Comercio Internacional de Fundación ICBC y especialista en el mercado chino, “Hay que pensar en el mediano y largo plazo”, recomienda. Para la experta, insertarse en este mundo requiere viajar dos o tres veces por año, con un desembolso de alrededor de US$10 mil por vez “siendo muy modestos con los gastos”. Luego, participar en una feria cuesta entre US$3000 y US$5000. “Es decir, calculamos una inversión entre 40 y 50 mil dólares por año, solo para hacer contactos”, sintetiza.